El 22 de enero de 2024 nos visitó la directora Carlota Nelson para presentar su documental «Cristina García Rodero. La mirada oculta».
Lo que más me llamó la atención de la velada fue lo que nos comentó Carlota Nelson sobre su madre. La mujer compró varios ejemplares de «España oculta», que después iba regalando a los que visitaban su casa. Me resultó curiosa, y admirable, esa necesidad de compartir algo que le había gustado de una manera tan generosa, regalando directamente un libro. Me encanta compartir lo que me gusta, pero no me considero ni mucho menos tan altruista como ella. La madre de Carlota compartió ese libro, probablemente lo abriría una y mil veces delante de su familia, de sus amigos, y gracias a eso sembró en su hija la semilla del placer ante las imágenes de Cristina García Rodero. Unas imágenes que en aquella época resultaban tan escandalosas en sí mismas para muchos, como el simple hecho de que las hubiera hecho una mujer. La amiga con la que acudí al evento, tan entusiasmada como yo hasta el punto de no poder dejar de hablar del documental una vez fuera del cine, me dijo «es una pena que nuestras madres nos hablaran únicamente de los peligros de la noche o de los hombres, y no nos enseñaran nada de mujeres como Cristina García Rodero y otras muchas». Lo más seguro es que nuestras madres ni siquiera conocieran ni el trabajo de Cristina ni el de otras muchas artistas, bien porque ese trabajo no se difundiera lo suficiente, o bien porque estaban ocupadas de otros asuntos. Hubo una época en que estaba mal visto que una mujer fuera autónoma, pero por suerte también hubo mujeres, como Cristina, la madre de Carlota, y la propia Carlota, que se pasaron entonces, y por supuesto se pasan hoy en día esa especie de regla misógina no escrita por el arco del triunfo.
El libro apareció en 1989, en una cuidada edición de Lunwerg. Recogía las fotografías que Cristina, gracias a la beca concedida por la Fundación Juan March, había venido haciendo desde 1974. Una España tenebrosa, nublada, en blanco y negro, tradicional y bárbara al mismo tiempo, musical y dantesca. Muchas de las imágenes de ese libro, empezando por la portada, con esa niña de blanco luminoso saltando a la comba con una cuerda imaginaria delante de un cementerio, parecían sacadas del peor delirio de un cuadro de El Bosco, de una pesadilla de Grunewald. Risas, ritos, lágrimas, y religión, mucha religión. Unas imágenes en cualquier caso muy diferentes a las edulcoradas y coloridas fotografías de cualquier folleto turístico en el que se reflejaran esas mismas tradiciones que la mirada de Cristina había percibido de una manera mucho más interesante. Su visión de aquella España, oculta, pero también profunda, atraía y repelía al mismo tiempo, y esa sensación fue la que nos empujó a muchos a comprar el libro, y a empezar a interesarnos, de paso, por el arte de la fotografía.
Cristina lleva haciendo lo mismo desde hace cincuenta años, con la misma pasión, con la misma entrega, por no decir incluso más ahora, que cuando empezó. Cuesta seguirla en el documental. tal es su energía. Al equipo de rodaje, según nos contó Carlota, le costaba seguirla incluso físicamente, a pesar de la diferencia de edad entre ellos y la fotógrafa. Aunque confiesa que no le gusta hablar, Cristina habla hasta por los codos. Aunque no le gusta organizar, prepara personalmente sus exposiciones, analizando incluso la influencia de la luz natural en el trayecto de los visitantes, «mareando la perdiz hasta el agotamiento», tal como ella misma dice. Su trabajo es su pasión, su vida, su fuerza, su envidiable energía, como envidiable es también, y admirable, esa forma de gestionarlo. Cada vez que se mete en una fiesta, en un entierro, «en el mogollón», lo hace con la mente limpia, «con el alma de un niño que se sorprende ante lo que ve, abierto a aprender como si fuera la primera vez», aunque lleve cincuenta años observando y fotografiando. Es increíble la fortaleza, la capacidad de crear. Es curiosa, y enriquecedora, la conversación con un colega fotógrafo, que le tiene que decir con cariño «Te recuerdo que estás en mi laboratorio».
La obra de Cristina es monumental, una obra maestra permanente y perdurable, del mismo modo que lo es el documental de Carlota. Creo que nunca en el Zoco he escuchado a un director hablar con la admiración y el respeto que siente Carlota hacia su amiga Cristina, y eso se nota en todo momento, tanto en el documental como en sus palabras en el coloquio. Ha sabido captar por completo la esencia de la artista, su fuerza, su mensaje, su energía, con profesionalidad y un sentido humano que atrapa al espectador desde el primer momento. Juega con maestría con la espectacular música de Victoria de la vega, remarcando el dramatismo de las imágenes de Cristina con melodías ejecutadas a veces con instrumentos oriundos de los países reflejados en ellas, como la India o Haití.
Tras el coloquio, Carlota fue saludada con respeto y admiración por muchos espectadores, que habían quedado encantados con esa Cristina vista a través de sus ojos, a pesar incluso de que algunos no conocieran la obra de la fotógrafa. Los saludos y las muestras de admiración se siguieron produciendo, por lo que me han contado, incluso fuera, en un local cercano al que la directora y los responsables del cine fueron después a tomar algo.
Tenemos que seguir los pasos de Cristina, y tenemos que seguir también los pasos de Carlota, dos creadoras que, desde el primer instante, se transforman en una energía imprescindible para todo aquel que entra en contacto con su obra.
Texto: Félix Jaime Cortés. Socio de Cines Zoco Majadahonda. Crónica publicada en su blog «Esto es Espectáculo»: https://exposicionesmadridfelixj.blogspot.com/2024/01/la-mirada-oculta-de-carlota-nelson.html
Fotos y Video: Jesús Escudero. Comisión de Eventos Cines Zoco Majadahonda
Al finalizar el coloquio la directora nos dejó el siguiente mensaje:
0 comentarios