El pasado viernes 30 de septiembre de 2022 proyectamos “Chicago, años 30” (1958), del director Nicholas Ray. Se trata de una brillante película de cine negro, aunque no al estilo más puro, rodada en cinemascope y metrocolor, que a la vez contiene elementos de melodrama y del cine de gangsters, musical y judicial.
Para la presentación y posterior coloquio contamos con la presencia de Mª Eugenia Guzmán, cinéfila y crítica especializada en cine clásico, y Javier López Otaola, miembro de la Junta Directiva de Cines Zoco.
Antes de la proyección Javier y Mª Eugenia nos comentaron que Nicholas Ray era uno de sus directores favoritos, por la sensibilidad y lirismo que impregnaba a su obra. Uno de los aspectos que más cuidaba era el tratamiento de los personajes, dotándolos de una profunda carga poética. En la cinta la pareja protagonista la conforman dos seres inadaptados y solitarios, aparentemente fuertes, pero interiormente desvalidos, que afrontan un proceso de redención sin importarles las consecuencias. Es la historia de amor de una pareja madura, él (Robert Taylor) un abogado defensor de mafiosos y ella (Cyd Charisse) una “party girl” que trabaja de bailarina en un club nocturno. Dos personas que han vendido su dignidad y cuyo encuentro inicia un proceso de recuperación moral, de apoyo mutuo y entrega amorosa.
Tras la proyección Javier nos indicó que uno de los aspectos que más le atraen de la cinta es la elegancia con la que Ray aborda la relación entre los dos protagonistas, sugiriendo más que mostrando. Siendo Robert Taylor y Cyd Charisse dos actores pétreos, supo sacar el mejor partido de ellos a través del uso de las pausas y de los planos cortos, para enfatizar las miradas anhelantes y los gestos cómplices. Ambos estaban en la fase final de su contrato con la Metro y probablemente ofrezcan la mejor interpretación de su carrera. Además de las estupendas actuaciones de Taylor y Charisse, destacan las de Lee J. Cobb, como el violento, desconsiderado y psicótico mafioso, así como la de John Ireland, el lugarteniente sin escrúpulos de este. Como curiosidad señaló que el actor que interpreta al calvo al que el mafioso golpea en la cabeza era un amigo budista zen de Ray, al que utilizó porque necesitaba un personaje que no se inmutase.
Mª Eugenia comentó la insuperable belleza de la puesta en escena y especialmente el maravilloso uso que hace Ray de la paleta de colores. Combinando el vestuario, la dirección artística y la fotografía, logra unas imágenes llenas de textura. Los colores acentúan el momento narrativo: el rojo en las escenas más dramáticas y pasionales; las tonalidades verdes simbolizando la esperanza y los dorados en los números musicales el glamour. También destacó la magnífica utilización del cinemascope, que, mediante el uso mayoritario de planos medios, aumenta la posibilidad de relación entre personajes y su entorno, permitiendo que hasta el último objeto y detalle tenga su función expresiva.
La película, última que rodó Ray en Hollywood, mediante una gran ambientación nos muestra perfectamente el clima de Chicago a comienzos de los años 30, en plena Ley Seca, donde proliferaban las bandas de mafiosos, los garitos y el tráfico de alcohol. Un Chicago de esa época que el director conocía a la perfección porque allí vivió unos años, llegando a realizar un curso de arquitectura con el afamado Frank Lloyd Wright.
Nicholas Ray, antes de dedicarse al cine, trabajó en la radio siendo un gran estudioso de la música folk y en el teatro alternativo de Nueva York (junto a los futuros cineastas, Elia Kazan y Joseph Losey). Era un personaje en si mismo, autodestructivo, bebedor, depresivo, generoso y muy inteligente. Tuvo numerosas relaciones sentimentales, muchas de ellas tortuosas, y era una persona enamorada de la juventud (despreciaba los valores americanos derivados de la posguerra y defendía las ansias de libertad de los jóvenes). Durante su estancia en Madrid (1961- 63) rodó “Rey de Reyes” y “55 días en Pekín” (no pudiendo acabarla por sus problemas con el alcohol), fue el descubridor de una joven Mari Trini y llegó a establecer un bar de copas (“Nika’s”).
Nos comentaron que Ray era muy valorado por Godard y Truffaut, los gurús de “Cahiers du Cinema”, al considerarlo como un verdadero “autor”, y de entre su filmografía nos destacaron “Los amantes de la noche”, “En un lugar solitario”, “La casa de las sombras”, “Hombres errantes”, “Johnny Guitar” y “Rebelde sin causa”, todas ellas de un gran lirismo.
El público destacó la elegancia de la puesta en escena y, sobre todo, los maravillosos números musicales protagonizados por Cyd Charisse, una consumada bailarina que ya había participado en otras películas de renombre (“Cantando bajo la lluvia”, “Brigadoon” y “Melodías de Broadway”). Sus interminables piernas eran las más cotizadas de Hollywood.
Texto y fotos: Javier López Otaola, presidente Asociación Cines Zoco Majadahonda.
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