Me atrajo ya desde el primer momento el cartel de la película, cuando lo vi, meses antes del estreno, colgado en la pared del pasillo de arriba de los cines Zoco. Un pianista, encorvado sobre su instrumento, me observaba con mirada huidiza. El título, que evocaba una película de Truffaut («Disparen al pianista», ), prometía lo que imaginé como un thriller apasionante, con un músico envuelto en un turbio asunto entre mafias peligrosas y mujeres fatales. El diseño del cartel, obra de Mariscal, me fascinaba por su estilo, que me ha gustado siempre, con esa línea clara y el fuerte colorido que le caracterizan.
Cuando los Zoco anunciaron el evento, al que además iba a asistir el mismísimo Fernando Trueba, el director, no dudé ni un segundo en acudir al mismo. La película que vi no tiene absolutamente nada que ver con la que me había imaginado, en realidad sin ninguna base real, salvo el título, y probablemente la posible relación temática con «Chico y Rita», que en su momento me encantó.
No leí nada sobre ella antes de verla, porque quería disfrutar de la sorpresa que me iba a causar, como así ha sido, en un sentido muy diferente al que me esperaba. «Dispararon al pianista» me ha parecido magistral, una absoluta obra maestra. Creo que hace muchos años que una película no ha desbordado tan brutalmente las expectativas que tenía sobre ella como lo ha hecho esta. Trueba ha tenido la enorme valentía de contar en modo de animación una historia que, por la gran carga emocional y humana que contiene, estremece con fuerza el alma de quien la contempla.
En cierto modo, y refiriéndome únicamente a la hipotética relación entre el medio utilizado y el contenido, me recordó al ejercicio que hizo Lars Von Trier con «Bailar en la oscuridad», convirtiendo en un musical la trágica y devastadora historia de su protagonista.
En el coloquio, Trueba nos habló de todo. De la música, que es el otro protagonista indiscutible de la película, de los cientos de entrevistas que realizó y de lo difícil que resultó elegir las que finalmente se iban a mostrar, de los escenarios, de las salas de conciertos, de lo adecuado que resultaba que el periodista tuviera la nacionalidad estadounidense, y de muchas cosas más. Porque Trueba habla de todo, y habla muy bien. Cuando nos dice que la mayor parte de los músicos que salen en la película tocan para ellos, sin buscar fama o dinero, sino simplemente que su música haga felices a la gente, lo dice con emoción, porque su oficio, su pasión, es la de contar historias, que provocan la misma felicidad en el espectador que la música de la que habla.
Es inevitable que en el coloquio surgiera la dualidad de la película, el tremendo contraste entre la parte digamos musical, amable, y la parte terrible que va desgranando los detalles de la desaparición de Tenorio. Hasta los colores, los encuadres, los recuerdos de los personajes son diferentes en uno y otro tramo. Para explicar esto, Trueba nos dice lo que ya hemos intuido al ver su obra maestra. El ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Una época dorada en la que la música brasileña triunfó con fuerza en todo el mundo acabó de repente ahogada por el sonido de las botas militares.
En este sentido, resulta estremecedora la escena en la que el mapa de Latinoamérica se va tiñendo de negro a medida que las dictaduras impuestas por EEUU se van haciendo con el poder. Resulta estremecedora esa imagen de Videla, recogida de una imagen real, hablando de los desaparecidos, diciendo con un terrible cinismo que «no están muertos, ni están vivos. Son desaparecidos».
Estas escenas contrastan con las de Tenorio tocando el piano con sus hijos trepando sobre el mismo, o la de Ella Fitzgerald corriendo, con su vestido rojo, para cantar en un local de Samba Jazz. A Trueba le dolía que se perdiera el arte de Tenorio, y ha conseguido, con su homenaje, que todos los que lo hemos disfrutado nos hayamos convertido en uno de sus amigos, tan buenos como el músico que, en una de las escenas, no puede contener sus lágrimas al recordarlo.
Los hijos, los parientes de Tenorio, probablemente sufran al ver esta película, pero seguro que también serán conscientes de que, gracias a ella, Tenorio va a ser recordado por mucha gente que ni siquiera le conocía antes. Desaparecido de este mundo, ha aparecido gracias a Trueba en nuestra alma para quedarse en ella eternamente.
Texto: Félix Jaime, socio de Cines Zoco. Publicado en su blog «Esto es espect´culo» – https://exposicionesmadridfelixj.blogspot.com/2023/10/dispararon-al-pianista-de-fernando.html
Estupenda crónica, Félix. Una maravilla de historia. Viva el cine de animación!!
Por cierto, yo ya me he descargado en Spotify la lista de música “Dispararon al pianista” preparada por el equipo de Bteam Pictures.